10 sept 2020

Reflexiones de un espejo curvo

Recuerdo cuando comenzé a escribir este blog. Me pareció tan absurdo el nombre y todo desde un principio: "vaya, callejón sin saliva; que nombre tan pajudo. Es tan pajudo que da risa".

Y en efecto, es así como entre risa y risa, el devenir alcohólico e inseguro de un -tal vez, en otra vida- exitoso empresario de sueños y quehaceres metódicos; adolescente de toda suerte de sentimiento y pasión más allá del suave murmullo de la pieza entera del lomo embuchado de la vida.

Ha pasado algo más de una década desde que comencé esta empresa. Muchas ideas que debían al menos haber quedado en el papel, se esfumaron como lastre en esfuerzos magnánimos de mi lóbulo frontal de no perder de vistas otros aspectos más "prioritarios" para mi en ese diverso lapso de tiempo: lo urgente no nos deja tiempo para lo importante.

Mi vida en ese momento se veía reflejada en el hórrido cintillo, que durante todo este tiempo ha dejado tanto que pensar:

Callejón Sin Saliva 

Palabras sobran para describir semejante circo de inocuidades, de imprudencias. De tiros al piso que rebotaron en el ojo lamentable de quien después cerró sus puertas. De miedo y odio, de amor y desvelo. De relaciones enfermizas, de dominación. De un criadero de Karma que se va retroalimentando del monitor y de la poceta: ambos inclusive.

Si bien es cierto que no todo lo que es oro brilla, cuando el cínico poeta, maltratado por las vueltas de su propia zamura con hojillas (hoy quizás un drón más) se quiere emancipar de la vida plena para inmiscuirse en la sencillez de su autoencuentro, no paran de salpicarle las manos el vaivén de marismas que alguna vez foliaron el expediente de su incipiente nobleza.

Cual vainón bien echado, la única que queda es catarsear de vez en cuando. Y si el callejón se queda sin saliva, es porque aquí, como en los hoteles baratos, se prohibe escupir en las paredes. 


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